Dados, nudillos de hierro y guitarra
Zonas enteras de Nueva Jersey, como todo el mundo sabe, se encuentran bajo el agua, y otras se encuentran bajo la vigilancia permanente de las autoridades. Pero aún sobreviven, desperdigadas aquí y...
View ArticleAbsolución
I. Érase una vez un sacerdote de ojos fríos y húmedos que, en el silencio de la noche, derramaba frías lágrimas. Lloraba porque las tardes eran cálidas y largas y era incapaz de conseguir una absoluta...
View ArticleEl estadio
I. Había uno en mi curso, en Princeton, que nunca iba al fútbol. Pasaba las tardes de los sábados investigando minucias sobre los deportes en Grecia y los combates frecuentemente amañados entre...
View ArticleLa sombra atrapada
I. Basil Duke Lee cerró la puerta de la calle a sus espaldas y encendió la luz del comedor. La voz de su madre le llegó soñolienta a través de las escaleras. —Basil, ¿eres tú? —No, mamá, es un ladrón....
View ArticleLa última belleza
I. Después de la exquisita y teatral interpretación de los encantos del Sur que nos ofreció Atlanta, todos menospreciábamos Tarleton. Era un poco más caluroso que cualquiera de los sitios donde...
View ArticleLos nadadores
En la Place Benoît se cocía lentamente al sol de junio la nube de gasolina de los tubos de escape. Era algo terrible, pues, a diferencia del calor puro, no prometía ninguna fuga al campo: sólo sugería...
View ArticleDos errores
—Mírame los zapatos —dijo Bill—. Veintiocho dólares. El señor Brancusi los miró. —Chachi —dijo. —Hechos a medida. —Ya sabía que eras elegantísimo. No me habrás hecho venir sólo para enseñarme los...
View ArticleLa tarde de un escritor
I. Cuando despertó se sentía mejor de lo que se había sentido en muchas semanas: simplemente no se sentía enfermo. Se apoyó un momento en el marco de la puerta que separaba su dormitorio y el baño...
View ArticleFinanciando a Finnegan
I. Finnegan y yo tenemos el mismo agente literario para que venda nuestros libros, pero, aunque he estado muchas veces en el despacho del señor Cannon inmediatamente antes e inmediatamente después de...
View ArticleLa década perdida
Personas de todo tipo entraban en la redacción del semanario y Orrison Brown mantenía toda clase de relaciones con ellas. Cuando acababa el horario de oficina era «uno de los redactores-jefe», pero...
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